La Principal Cartagena
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PORTADA DEL CATÁLOGO DE LA EXPOSICIÓN |
Estimado destino:
Me sugirieron no nombrarle y que, de hacerla, tocase madera
inmediatamente.
Sin embargo, y pese al respeto que me produce, hay ciertas cuestiones que me
tienen en ascuas y que no puedo dejar de preguntarle.
Harto ya de tanto
quebradero de cabeza en mis horas muertas, he decidido dirigirme a usted,
asumiendo de antemano que es usted inevitable y fatal, sabiendo que la magia y
el milagro cambian la vida de los mortales más allá de sus plegarias y
oraciones, y que si algo se muta en este lado hay una reacción mayor en el lado supremo -allí donde habitan los saberes y la cordura que nos son tan
ajenos.
Sé que si usted fuese magnánimo y me desvelara alguna clave
o secreto que me hiciese ver aunque fuera el umbral de sus adentros, mal me
vendrían las cosas durante un tiempo, que me acosarían tiempos de mala racha a
los que, por otra parte, me tiene tan acostumbrado.
Y me dirijo a usted -sorteando mi más primario instinto de
protección y prudencia porque hay algo que me reconcome desde hace un tiempo:
¿hay un mundo prometido?
Sí, ya sé que la pregunta es profunda y metafísica, que he
de ser temeroso -ya sé, señor-, pero me encomendé a sus designios y sin protestar acataré lo que haya
de venirme, aún a costa de acrecentar las dudas e ignorancias que me vienen maltratando.
Entonces, señor, ¿hay un mundo prometido?, ¿un mundo que
está por llegar', ¿o no hemos de arribar a la otra orilla? ¿Hay un lugar que nos espera', ¿o tal
vez todos los mundos son meras imágenes, y ellas nuestro fin irremediable?
Si somos máquinas de sufrir, pensar y sentir, ¿no es más que
un sueño eso que nos seduce cada día?
Podría ser que lo prometido fuera la fuente, la vida y la
espera al mismo tiempo.
En alguna parte, alguien está creando una obra de arte, y esa creación recoge una promesa escondida que dejará una huella en el pensamiento, en un sitio donde, aunque todo desaparezca en nuestros sentidos, va a perdurar para siempre jamás.
(BÁRBARA MECA ACEDO)
Mesó,
meniamor, menvey meniamor mesé meniamorsé.
Esto me decía un anciano jefe betsi llamado Etiitii una noche en la que
hablábamos de los lejanos orígenes de su raza, sobre la cual, como gran viajero
que había sido, me daba curiosos detalles: "Un hombre sensato no puede
hablar de cosas serias con otro hombre sensato, sino que debe dirigirse a los
niños."
-Padre -le pregunté yo-, tu tótem, ¿es el más poderoso de todos?
-¡No! -me dijo-, los protectores no se enfrentan entre ellos. El tótem Mvul (el
antílope), por ejemplo, es tan poderoso como el tótem Nzox (el elefante).
-Pero padre, ¿protegen todos de la misma forma? ¿Son todos igual de eficaces?
-¡No!¡Eso sí que no! Ya sabes que el padre de toda la raza protege mucho más:
él cuida de sus hijos.
-¿Y quién es el padre de la raza?
-¡Tú lo sabes, el más viejo de todos!
-¿Y quién es el más viejo?
-¡Oh! ¿por qué quieres engañarme? Sabes bien que el más viejo de todos es el
padre cocodrilo, Ngan. Ngan es con mucho el más viejo protector de la tribu,
pero con mucho. Ngan podría "comerse" a todos los demás.
-Pero, ¿por qué no tenéis todos ese mismo protector? ¡Estaríais entonces mucho
más unidos!
-Eso no es
posible. Todos tus hijos, ¿tienen acaso la misma cabeza' ¿Y qué me dices de su
inteligencia? Y los árboles en el bosque, ¿son todos lo mismo? Unos tienen
fruta buena para comer, otros no, y sin embargo, ¡todos son árboles! ¡Lo mismo
ocurre con los protectores de la tribu! pero el de la raza, el que pasa por
encima de todos los otros, el Gran-Padre, el que más cuida de sus hijos, el Antecesor
de todos, el ascendiente más próximo de cada uno, es ... es ...
-Padre, ¿quién es?
-¡Oh! Es Osusu el Ngan-Esa.
-¿Yeso qué quiere decir?
-Pregunta a los niños, pequeño.
-¿Y dónde está?
-¡Ah! Pregunta a los niños, a todos los niños.
(BLAISE CENDRARS - Cuentos negros para niños blancos)
Cada pintor tiene su tótem. No es necesario que sea el más fuerte,
ni el más bello, ni el más listo, ni el más universal.
Basta con que despierte en su paleta colores apropiados y mundos en los que se
reconozca. Cada uno elige o es elegido por su tótem, unas veces por los caprichosos
juegos del destino, otras por la irremediable cabezonería de sus deseos.
Aún reconociendo la todopoderosa fuerza de los grandes
padres de la tribu (¿Velázquez? ¿Rembrandt? ¿Picasso?), hay quién prefiere
elegir su protector en el confuso desván de los maravillosos y menos conocidos
"raritos".
El tótem protector de Ángela Acedo se llama Henri Rousseau.
A él se dirige pidiendo protección en las largas soledades del estudio, entre
los inquietantes murmullos de la selva y en las expediciones al territorio de los
sueños.
Si todos los artistas tuviesen el mismo tótem tal vez
discutirían menos, pero todo sería definitivamente más aburrido.
La música de Mozart es fantástica, pero ¿porqué a algunos
nos bailan los pies y el alma cuando escuchamos sonar tambores?
¿Por qué hay veces que prefiero un coro de monos a un piano bien temperado?
(ALOISIUS McCHARRIS)
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