A FREAK ART 2012

Centro Cultural  Ramón Alonso Luzzy. Cartagena

PORTADA CATÁLOGO



UN CAMELLO EN LO CAMPANO
UN CAMELLO EN LO CAMPANO

Esto es un rollo

José Francisco López

         En su afán agitador y provocador, sigue el brujo de la tribu, paradójicamente, exorcizando teorías conceptuales para desmitificar el arte. Paradójicamente, porque un brujo vive de lo mítico. Y paradójicamente, porque lo que consigue con su nueva danza ritual es otorgar un halo artístico a la ocurrencia banal.

         Ejecuta, entonces, el brujo, una danza ritual en círculo, volviendo al punto de partida; o más bien en espiral, en caracol, con todo el poder generatriz del centrifugado místico.

         El punto de partida es básico: tenemos dos conceptos que se unen gracias al festival marmusical: África en Cartagena. A partir de ahí, fusión léxica inicial y variación adobada por la cultura popular: "Un juego de palabras: África+Cartagena = AfriCart = Afreakart =A Freak Art. Una versión (o perversión) africana en (o de) Cartagena en clave friki, cocinada vuelta y vuelta (o sea, sin darle muchas vueltas), al calor de crisis, recesiones y sus primas de riesgo (que ya es bastante "freak'').''

         La cosa parece sencilla, pero sólo si existe la total identificación espiritual con el brujo de la tribu. Cualquier mínima interpretación torticera de su nuevo mandamiento puede producir una desviación herética que dé lugar a una pieza artística o, lo que sería aún peor, una banalidad insustancial con - horror - pretensiones de obra de arte.

No lo veo claro.

Perdido en estas consideraciones, y siguiendo las instrucciones del brujo de la tribu frikartiana, me retiro al lugar que me aconseja para reflexionar sobre el discurso conceptual del evento. En tales circunstancias, me esfuerzo por hacer confluir en mi mente imágenes conceptuales de procedencia local y africana, en una resultante bizarra, kitsch o friki. Porque, claro, yo no tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong.

         Yo no he mirado a los leones a los ojos ni he dormido bajo la Cruz del Sur, ni he visto incendiarse la hierba en las grandes praderas, que se cubren de fina hierba verde tras las lluvias ... y el caso es que he visto cosas que vosotros no creeríais (casi me atrevería a decir que he visto atacar naves en llamas más allá de Orión, parecidas a la frikada canónica de Domingo Llar y sus naves del Imperio contraatacando Cartagena; y, desde luego, sí que he oído Tannhauser desde la puerta).

         Decía que no he sido amigo de somalíes, kikuyus ni masais, ni he volado sobre las colinas de Ngong ... Pero sí he tenido una íntima relación friki y bizarramente española con el imaginario africano que - estoy seguro - se le escapó a las memorias de Karen Blixen: aquel elefante rojo del rollo de papel higiénico. Una larga digresión fue desenrollándose de inmediato, no con la levedad de la etérea celulosa expandida por un casi peluche cachorro sino con la contundencia de aquel papel Elefante que tanto contribuyó a nuestros estreñimientas setenteros.

         ¿Por qué un elefante para identificar un rollo de papel higiénico? Resulta evidente la disociación entre fondo y forma; o entre producto e imagen. Aunque, claro está, enseguida nos vienen asociaciones de ideas a flor de piel, de piel de elefante que imaginamos áspera y rasposa, y de ese color pardo, como si el elefante fuera un animal de embalaje, una permanente acción artístíca de Christo. Pero ... ¿un elefante rojo? Existe el elefante blanco de los anhelos, el elefante rosa del delirium tremens, ... pero un elefante rojo revela una
incuestionable kunstwollen, una voluntad de arte, en la línea del pensamiento estético de Riegl, que superaría con mucho las necesidades publicitarias de un producto de consumo cotidiano, una voluntad de trascender lo meramente necesario y funcional hacia la creación de un objeto susceptible de apreciación artística.

         El elefante aislado, monumentalmente, intensamente rojo, flotando como imagen latente sobre un velo amarillo de celofán, se convierte en una imagen tremendamente poderosa, como una imagen resumen del fauvisrno, en su colorido intensamente contrastado e irreal, del surrealismo, en su misma onírica presencia sobre el papel higiénico -recordando la plancha sobre la mesa de quirófano- y, por supuesto, producto de la iconografía popo Versión bizarra de las famosas cajas Brillo de Warhol. ¿Qué le confiere a un objeto cotidiano la condición de obra de arte? La voluntad de que lo sea, la apreciación del mismo en un contexto adecuado para que se produzca la necesaria transustanciación de concepto, la distancia que va del supermercado a la sala de arte. Por tanto, es la propia voluntad de arte la que confiere la condición de obra de arte. Veo en la red que el rollo de papel Elefante alcanza altas cotizaciones como objeto de coleccionista, por lo que tendría sentido que cambiase su ubicación del cuarto de baño al salón de la casa, a medio ca-
mino entre el souvenir vintage y el trofeo de caza.

         Ya en 1866 decía Emile Zola: "la palabra "arte" me desagrada. Tiene un no sé qué, algo que sugiere ideas sobre compromisos necesarios, sobre ideales absolutos". [. .. ] Como todo lo demás, el arte es un producto humano, una secreción humana; es nuestro cuerpo el que suda la belleza de nuestras obras". Llegados a este punto de la secreción, el papel elefante vuelve a salir reforzado como obra de arte o, al menos, soporte de la misma. Pero, frenemos la digresión escatológica. Eso no es un elefante. Ya nos advertía Magritte sobre lo irreal de las imágenes. No es más que un rollo. Un rollo que va girando, animado por la danza ritual del brujo acholi, transformado en un friki producto made in China, evolucionando con máscaras africanas por las siete formas del tai chí.

         Y el rollo lo va engullendo todo por igual, lo mismo aquellas ocurrencias que se ajustan a los requerimientos del brujo en cuanto a su frikismo evocador de africanismo local improbable, que aquellas otras piezas, pequeñas, como objetos preciosos, como souvenires de verdadera evocación artística. Lo mismo el genial constructívismo-maquínista-objet trouvé de un Jesús Herrero - verdadero ingenio friki, de la parte de los robot serie B pasados por la negritud - que la evocación lírica o pseudosocial, productos frikis por su pretenciosidad desubicada. Lo mismo la friki celebración de cumpleaños de un Nelson Mandela escapado de la tutela de Madame Tussauds para tomar un asiático en la calle Mayor, que el genio local, aladroque en mano,
transmutado en africano enmascarado. Memorias del futuro, onírico paisaje de una bocana portuaria reencontrada por un viajero interestelar cuando 2.000 años de cambio climático hayan logrado ampliar las latitudes de la sabana africana hasta el Mediterráneo, convirtiendo al descubridor de continentes en domador de fieras. Y sigue engullendo el rollo por igual el ingenioso trabajo de reciclaje ferretero junto al simple juego estético. Todo lo engulle el rollo. Y todo se envuelve en el oropel chillón del celofán amarillo, porque nada es verdad, nada es mentira, todo es del color del cristal con que se mira. Y el elefante, rojo.

Ajugar 


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