Centro Cultural Ramón Alonso Luzzy. Cartagena
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UN CAMELLO EN LO CAMPANO |
Esto es un rollo
José Francisco López
En
su afán agitador y provocador, sigue el brujo de la tribu, paradójicamente,
exorcizando teorías conceptuales para desmitificar el arte. Paradójicamente,
porque un brujo vive de lo mítico. Y paradójicamente, porque lo que consigue
con su nueva danza ritual es otorgar un halo artístico a la ocurrencia banal.
Ejecuta,
entonces, el brujo, una danza ritual en círculo, volviendo al punto de partida;
o más bien en espiral, en caracol, con todo el poder generatriz del
centrifugado místico.
El
punto de partida es básico: tenemos dos conceptos que se unen gracias al
festival marmusical: África en Cartagena. A partir de ahí, fusión léxica
inicial y variación adobada por la cultura popular: "Un juego de palabras:
África+Cartagena = AfriCart = Afreakart =A Freak Art. Una versión (o perversión)
africana en (o de) Cartagena en clave friki, cocinada vuelta y vuelta (o sea, sin
darle muchas vueltas), al calor de crisis, recesiones y sus primas de riesgo
(que ya es bastante "freak'').''
La
cosa parece sencilla, pero sólo si existe la total identificación espiritual
con el brujo de la tribu. Cualquier mínima interpretación torticera de su nuevo
mandamiento puede producir una desviación herética que dé lugar a una pieza
artística o, lo que sería aún peor, una banalidad insustancial con - horror -
pretensiones de obra de arte.
No lo veo claro.
Perdido en estas consideraciones, y
siguiendo las instrucciones del brujo de la tribu frikartiana, me retiro al lugar
que me aconseja para reflexionar sobre el discurso conceptual del evento. En
tales circunstancias, me esfuerzo por hacer confluir en mi mente imágenes
conceptuales de procedencia local y africana, en una resultante bizarra, kitsch
o friki. Porque, claro, yo no tenía una granja en África, al pie de las colinas
de Ngong.
Yo
no he mirado a los leones a los ojos ni he dormido bajo la Cruz del Sur, ni he
visto incendiarse la hierba en las grandes praderas, que se cubren de fina
hierba verde tras las lluvias ... y el caso es que he visto cosas que vosotros
no creeríais (casi me atrevería a decir que he visto atacar naves en llamas más
allá de Orión, parecidas a la frikada canónica de Domingo Llar y sus naves del
Imperio contraatacando Cartagena; y, desde luego, sí que he oído Tannhauser
desde la puerta).
Decía
que no he sido amigo de somalíes, kikuyus ni masais, ni he volado sobre las
colinas de Ngong ... Pero sí he tenido una íntima relación friki y bizarramente
española con el imaginario africano que - estoy seguro - se le escapó a las
memorias de Karen Blixen: aquel elefante rojo del rollo de papel higiénico. Una
larga digresión fue desenrollándose de inmediato, no con la levedad de la
etérea celulosa expandida por un casi peluche cachorro sino con la contundencia
de aquel papel Elefante que tanto contribuyó a nuestros estreñimientas
setenteros.
¿Por
qué un elefante para identificar un rollo de papel higiénico? Resulta evidente
la disociación entre fondo y forma; o entre producto e imagen. Aunque, claro
está, enseguida nos vienen asociaciones de ideas a flor de piel, de piel de
elefante que imaginamos áspera y rasposa, y de ese color pardo, como si el
elefante fuera un animal de embalaje, una permanente acción artístíca de
Christo. Pero ... ¿un elefante rojo? Existe el elefante blanco de los anhelos,
el elefante rosa del delirium tremens, ... pero un elefante rojo revela una
incuestionable kunstwollen, una voluntad de arte, en la línea del pensamiento
estético de Riegl, que superaría con mucho las necesidades publicitarias de un
producto de consumo cotidiano, una voluntad de trascender lo meramente
necesario y funcional hacia la creación de un objeto susceptible de apreciación
artística.
El
elefante aislado, monumentalmente, intensamente rojo, flotando como imagen
latente sobre un velo amarillo de celofán, se convierte en una imagen
tremendamente poderosa, como una imagen resumen del fauvisrno, en su colorido
intensamente contrastado e irreal, del surrealismo, en su misma onírica
presencia sobre el papel higiénico -recordando la plancha sobre la mesa de
quirófano- y, por supuesto, producto de la iconografía popo Versión bizarra de
las famosas cajas Brillo de Warhol. ¿Qué le confiere a un objeto cotidiano la
condición de obra de arte? La voluntad de que lo sea, la apreciación del mismo
en un contexto adecuado para que se produzca la necesaria transustanciación de
concepto, la distancia que va del supermercado a la sala de arte. Por tanto, es
la propia voluntad de arte la que confiere la condición de obra de arte. Veo en
la red que el rollo de papel Elefante alcanza altas cotizaciones como objeto de
coleccionista, por lo que tendría sentido que cambiase su ubicación del cuarto
de baño al salón de la casa, a medio ca-
mino entre el souvenir vintage y el trofeo de caza.
Ya
en 1866 decía Emile Zola: "la palabra "arte" me desagrada. Tiene
un no sé qué, algo que sugiere ideas sobre compromisos necesarios, sobre
ideales absolutos". [. .. ] Como todo lo demás, el arte es un producto humano,
una secreción humana; es nuestro cuerpo el que suda la belleza de nuestras
obras". Llegados a este punto de la secreción, el papel elefante vuelve a
salir reforzado como obra de arte o, al menos, soporte de la misma. Pero,
frenemos la digresión escatológica. Eso no es un elefante. Ya nos advertía
Magritte sobre lo irreal de las imágenes. No es más que un rollo. Un rollo que
va girando, animado por la danza ritual del brujo acholi, transformado en un
friki producto made in China, evolucionando con máscaras africanas por las
siete formas del tai chí.
Y
el rollo lo va engullendo todo por igual, lo mismo aquellas ocurrencias que se
ajustan a los requerimientos del brujo en cuanto a su frikismo evocador de
africanismo local improbable, que aquellas otras piezas, pequeñas, como objetos
preciosos, como souvenires de verdadera evocación artística. Lo mismo el genial
constructívismo-maquínista-objet trouvé de un Jesús Herrero - verdadero ingenio
friki, de la parte de los robot serie B pasados por la negritud - que la
evocación lírica o pseudosocial, productos frikis por su pretenciosidad
desubicada. Lo mismo la friki celebración de cumpleaños de un Nelson Mandela
escapado de la tutela de Madame Tussauds para tomar un asiático en la calle
Mayor, que el genio local, aladroque en mano,
transmutado en africano enmascarado. Memorias del futuro, onírico paisaje de
una bocana portuaria reencontrada por un viajero interestelar cuando 2.000 años
de cambio climático hayan logrado ampliar las latitudes de la sabana africana
hasta el Mediterráneo, convirtiendo al descubridor de continentes en domador de
fieras. Y sigue engullendo el rollo por igual el ingenioso trabajo de reciclaje
ferretero junto al simple juego estético. Todo lo engulle el rollo. Y todo se envuelve en el oropel chillón del
celofán amarillo, porque nada es verdad, nada es mentira, todo es del color del
cristal con que se mira. Y el elefante, rojo.
Ajugar
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