BIENVENIDO AL PARAISO,
avisaba el viejo letrero carcomido y mohoso que todavía colgaba del número seis
en aquel callejón oscuro y húmedo. Aquel callejón con el que fui a toparme una
lluviosa mañana de marzo cuando bajaba la calle, sin un rumbo demasiado determinado
ni apetecible. La ardilla que lo ilustraba y animaba a la entrada supo
dirigirse a mí con tacto y elocuencia. No sabía muy bien de que se trataba, pero
instintivamente recordé que, hace tiempo, ese bajo fue sala de exposiciones;
tal vez ese cartel anunciaba la última que se hizo.
Agradecido a la coyuntura por haber puesto en mi
mente otros pensamientos, sin duda más interesantes y agradables que los que
venía arrastrando desde hacía días, quise aceptar esa invitación centenaria, o
quizás no tan lejana.
La
puerta entreabierta y cientos de pequeños rayos blancos iluminando perfectos la
sala dieron a la escena un toque de precisión, sospechosamente absurda, aunque
contundente. Acabé de abrir la puerta y entré, y lo hice, sin duda, en su
paraíso: un mundo extraordinario y fantástico y más cercano de lo que supuse a
primera vista. Al tiempo que me acercaba a la primera pintura, noté en mi
cuerpo una cálida curiosidad sedante y olvidadiza, capaz de llevarme por otros
pensamientos, capaz de hacerme volar.
Nada
es ni como
lo
pintan ni como lo miras. No me sorprendieron sus mensajes, pues no eran
suyos sino míos; pero nunca hasta entonces me había sido tan fácil sacarlo fuera:
esos cuadros me hicieron proyectarme, cada uno de un modo distinto y, al mismo
tiempo, todos de golpe, me plasmaron una misma armonía.
Porque
una misma visión es diferente según
cada mente y, sin embargo, nos creemos
nuestros
recuerdos fielmente, los paseamos a lo largo de nuestro vida, nos asaltan de
improviso, nos seducen; avivan viejos sentimientos, probablemente inciertos;
descansan en nuestros sueños y pesadillas,
consuelan la vejez y mueren con
nosotros, pues, por más que nos hayamos empeñado, jamás pudimos transmitirlos a
nadie tal como fueron. Los cuadros no son tan pretenciosos , ni estúpidos, no
intentan colmarnos de nada que no sea nuestro; están clavados en sus lienzos
silenciosos, y seremos nosotros
quienes recordemos sus colores y
figuras
y la impresión que nos produjeron.
Aquella
mañana me impactó especialmente, por ser el primero supongo, uno de sus mensajes,
de mis recados. Ella me dijo algo así:
La
siento. Es perfecta
y sublime. Es la vida.
Irresponsable, cruel y fantástica. Tan fría y
prescindible como el recuerdo de tus
besos, mi amor. Me sube. Carga mi tonta y absurda cabeza, como ese whisky barato. La siento en las venas. El
corazón me domina. ¿ Conoces algo igual? Es la
luna nueva, tan falsa, tan triste, tan sabrosamente gris y patética. ¿O pensabas otra cosa? Tú eres una broma
pesada, pero yo seguiré
flotando en mi lienzo. ¿Acaso mi mirada es menos
real que la tuya? No cariño, nada es verdad.
Soy tan ficticia e inservible como
tú. Tan fuerte, ágil e inteligente
como tus sueños. Tan poderosa como tu mente. ¿No lo ves? Todo es mentira,
mi niño. Déjate abrazar por mis suaves garras e imagina
algo perfecto.
Bienvenido al paraíso, te avisan y te
anuncian.
Adéntrate en sus miradas,
pasea a lo largo de sus figuras,
atraviesa los espacios y
las
sombras,
saborea pinceladas, luces y sentimiento.
Puedes hacer esto y más.
Puedes sentirte y sentirme.
Puedes violarlos y dejarlos
puros,
absorber su esencia y no
estropearlos,
arrimarte a ellos desde lo lejano
y vislumbrar
otros cuadros imaginarios.
Puedes hacer esto y
más,
escucharlos,
rendirte a su entusiasmo, calmarlos.
Acariciar sus desdichas sin limitarlos
y abordarlos
amándolos.
Averigua que
todo esto sucede. Hazlo de improviso o, de un modo inconsciente o pasajero o
fugaz; a veces vivo, a veces muerto, o inerte o despegado. De pronto necesario,
después olvidado.
(Bárbara Meca Acedo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puedes darme tu opinión y tu parecer